Smara, 2011. El viaje que nos cambió la vida

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Smara, 2011. El viaje que nos cambió la vida

Jordi Navas

Conocí a los miembros de Dar Al Karama cuando ejercía de director del Club INFORMACIÓN. Ellos ya venían organizando actividades solidarias en el club en las etapas precedentes, con José María Perea y Jesús Alonso al frente del foro. Su gala Rosa del Desierto era y sigue siendo un clásico de la programación. La labor de sensibilización y divulgación que llevan a cabo en el Club contagia a muchos colectivos sociales y a ciudadanos de a pie. Gracias a Dar Al Karama, muchas familias alicantinas han conocido el drama de este pueblo y se han implicado en diversos programas de ayuda, como Vacaciones en Paz, que permite la acogida durante los meses de verano de niños saharauis.

En 2011 y fruto del impacto que me había causado el conocimiento de la labor realizada por Dar Al Karama, decidí viajar a los campamentos de refugiados con mi hija Gabriela, de 11 años. Lo que vimos y vivimos allí cambió para siempre nuestras vidas. Pero sobre todo nos dio a conocer el inmenso valor del trabajo de voluntariado y de la solidaridad como herramienta de transformación del mundo.

En aquel viaje se consumó el rescate y salvación de Salma, una niña de cinco meses, y Masud, de un año. Las gravísimas enfermedades que sufrían habrían acabado con sus vidas si Dar Al Karama no hubiera puesto en marcha la maquinaria diplomática que logró traerlos a España y los médicos del Hospital de General no hubieran aportado todo su saber y dedicación en las intervenciones quirúrgicas que permitieron su salvación. Después vendrían meses de convalecencia y recuperación en la Casa de Acogida que Dar Al Karama regenta en la calle San Raimundo número 23, 3º C, en el alicantino barrio de San Blas. Un barrio que conoce muy bien las historias de vida y esperanza que Dar Al Karama ha hecho posibles. Centenares de niños saharauis llevan años paseando por las calles y plazas de San Blas. Su presencia representa el testimonio vivo del éxito de las intervenciones quirúrgicas y de los procesos de recuperación de la infancia. Una infancia integrada y feliz, que se beneficia, tras recuperar la salud, de los programas específicos de apoyo psicológico, pedagógico, escolarización y ocio que les facilita Dar Al Karama y su equipo.

Hoy muchos de esos niños son adolescentes o jóvenes sanos con toda una vida por delante. Algunos han vuelto con sus familias a los campos de refugiados. Otros llegaron para quedarse y han seguido estudios en España o se han incorporado a la vida laboral. Pero todos ellos saben muy bien qué es Dar Al Karama y el papel que juega en una sociedad como la saharaui, tan necesitada de solidaridad. Pero también en la nuestra, tan ávida de ejemplos humanitarios que compensen la deriva anestesiante del consumismo y la brecha social que propicia el individualismo y el declive de los valores de justicia social y paz, en los que se ha fundamentado la democracia y el estado de derecho.

No me extiendo más, aunque la labor de Dar Al Karama incluye muchos más frentes, como el centro de día para enfermos mentales del campamento de El Aaiun. Muchas de estas iniciativas se ven amenazadas por los recortes en las ayudas y la dificultad para mantener vivo el flujo de solidaridad cívica que aporta recursos. Pero también por la dureza de una legislación que margina a los saharauis y les confiere un trato de inmigrantes “ilegales”, a pesar de que el derecho internacional atribuye a España la responsabilidad jurídica sobre un territorio irregularmente descolonizado.